Agendas Ocultas

El pensar, decir y hacer lo mismo, que en principio suena fácil y sensato, se convierte en un imposible cuando nos percatamos de lo dispares que pueden ser estos tres conceptos en la práctica. ¿Podríamos plantearnos vivir en coherencia respetando estas tres ideas fundamentales?

Normalmente, la vida de la mayoría de las personas se desarrolla en dos frentes: la imagen pública y la creencia privada o auto-imagen «real». ¿Qué quiere decir esto? Simplemente que expresamos determinadas ideas pero a la vez estamos pensando o haciendo otras muy distintas.

Estos comportamientos son los que originan las llamadas agendas ocultas, es decir, la verdadera motivación o razón por la cual estamos diciendo, actuando o pensando de determinada manera. Para entenderlo mejor, vamos a ilustrarlo con un ejemplo:

Supongamos que conocemos a una persona que puede ayudarnos a conseguir un ascenso o un beneficio laboral similar. Al tener esto en mente, comenzamos a tratarlo o tratarla con deferencia para que piense / sienta que lo o la consideramos especial. Para esa persona, nuestro comportamiento simplemente le hará creer que es alguien que merece nuestro aprecio y deferencia, cuando en realidad lo que está ocurriendo es que le estamos «predisponiendo» a que actúe en nuestro favor cuando llegue el momento adecuado.

La presencia de estas agendas ocultas consume energía y nos expone a situaciones potencialmente perjudiciales en el corto y largo plazo. Si consideramos las ventajas de la coherencia explicada anteriormente (pensar, decir y hacer lo mismo), veremos que nuestra vida cotidiana se transforma de una carrera de obstáculos o campo de minas a una experiencia plena, honesta, sincera y sobre todo, real.

¿Estarías dispuesto / dispuesta a ser coherente en tu vida siquiera una vez?

La libertad y el miedo

Una de las situaciones más comunes con la que nos enfrentamos cada día es medir las «consecuencias» de nuestros actos, que generan un sinfín de preguntas como: «y que habría pasado si…» o «mejor no hago esto porque podría pasar…». Suena familiar? Lo es. Nuestra educación y la infoxicación a la que nos vemos sometidos y sometidas permanentemente han causado dos efectos muy importantes: el primero es que nuestra curiosidad natural ha disminuido hasta quedar casi reducida a cero, y el segundo que nos salimos continuamente de la línea del tiempo, saltando entre el pasado y el futuro sin poder permanecer en el presente.

El no tener curiosidad o el saber que está totalmente condicionada por el miedo, hace que nos volvamos desconfiados, irascibles y sobre todo, que nos aislemos para evitar un posible daño que en la mayoría de las ocasiones, nunca llega de la manera catastrófica que nuestra mente ha creado.

Para comprobarlo, me permito sugerir este ejercicio: cierra los ojos, respira profundamente y concéntrate en el problema o problemas que estás teniendo en este preciso instante…

¿Qué pasa? ¿Nada? ¿Te cuesta trabajo encontrar un problema que te ocupe o afecte de manera evidente en este preciso instante? Déjame adivinar: tus pensamientos se fueron a aquello que tienes que hacer en el futuro, o a aquella decisión del pasado que te persigue… ¿Raro? Para nada. Normalmente nuestra mente se agarra con fuerza a aquello que no hemos vivido o a recuerdos de un pasado estático, inamovible y sobre todo, sin posibilidad de cambio.

Esta pequeña reflexión nos muestra claramente que la práctica totalidad de nuestras decisiones están «contaminadas» por el miedo que entraña una situación potencial no identificada (el futuro) o una vivencia o experiencia sobre la cual no podemos influir (el pasado), factores que nos impiden ver el presente, que es lo único con que contamos y podemos manipular a nuestro antojo.

¿Qué pasaría si por un momento no tuviéramos ese condicionamiento y pudiésemos pensar, sin miedo alguno, en lo que queremos hacer? ¿Cómo sería la experiencia? ¿Más placentera? ¿Más excitante? ¿Más llevadera?. Al responder esta pregunta es importante no racionalizar demasiado, o lo que es lo mismo, no pensar, ya que la mente es como un cachorro hiperactivo siempre buscando llamar nuestra atención, y especializada en crear situaciones con resultados terribles para evitar que salgamos de nuestra zona de confort.

Si bien es cierto que una dosis saludable de sentido común nos protege de peligros evidentes (a nadie se le ocurriría cruzar una calle muy transitada con los ojos cerrados, sin hacer caso a sus otros sentidos), el exceso de «protección» no nos deja sentir lo que está ocurriendo a nuestro alrededor y nos impide vivir con plenitud y alegría, sentimientos estos que se derivan directamente de la curiosidad y el ansia de conocer y aprender de manera experiencial.

Si el miedo es quien gobierna nuestras acciones, de ninguna manera podríamos decir que somos libres realmente. La libertad es aquel estado en el que decidimos conscientemente y sin ser influenciados / as por el miedo o por situaciones ficticias del futuro o experiencias específicas del pasado, que nuestra mente ha clasificado arbitrariamente como «buenas» o «malas» para nosotros. De cada uno depende cómo quiere vivir…

Para terminar, un ejercicio adicional: cuando alguien nos sorprende dándonos un regalo, cual es el momento que más disfrutamos? El del pasado cuando no sabíamos que nos iban a regalar algo, el futuro, cuando sepamos qué es el regalo y después de superar la euforia inicial, lo dejamos a un lado, o ese instante fantástico de curiosidad infinita y desbocada cuando estamos abriendo el paquete?

Tu propósito vital

En ocasiones nos preguntamos si la vida que llevamos tiene algún propósito o meta final. Y cuando no lo encontramos de manera inmediata, comenzamos a preocuparnos y a pensar que o no sabemos para qué estamos aquí o que simplemente no vale la pena invertir tiempo y/o esfuerzo en averiguarlo.

Sin embargo, si bien para algunas personas la respuesta a la búsqueda de este objetivo último llega de manera natural en etapas tempranas de su vida, definiendo su vocación y acciones posteriores, para otros es necesario persistir hasta encontrar la razón por la cual existen.

La vida es una cadena de acontecimientos que aparentemente no tienen relación entre si, y es muy fácil adoptar la creencia de que estamos aquí para resolver todas y cada una de las dificultades que se nos van presentando. Mi padre incluso decía que «los problemas son la sal de la vida» y que sin ellos, nada de esto tendría sentido. No obstante, muchos de nosotros nos formulamos la pregunta fundamental: «¿y esto es todo? ¿No hay nada más?»

Para responder a este interrogante, me voy a permitir citar a Victor Frankl, autor de «El Hombre en busca de Sentido», un clásico entre los textos de motivación y auto-ayuda, sobre el particular:

«El talante con el que un hombre acepta su ineludible destino y con todo el sufrimiento que le acompaña, la forma en que carga con su cruz, le ofrece una singular oportunidad -incluso bajo las circunstancias más adversas- de dotar su vida de un sentido más profundo. Aun en estas situaciones se le permite conservar su valor, su dignidad, su generosidad. En cambio si se zambulle en la amarga lucha por la supervivencia, es capaz de olvidar su humana dignidad y se comporta poco más allá a como lo haría un animal, igual que nos recuerda la sicología de los internados en un campo de concentración. En esa decisión personal reside la posibilidad de atesorar o despreciar la dignidad moral que cualquier situación difícil ofrece al hombre para su enriquecimiento interior. Y ello determina si es o no merecedor de sus sufrimientos»

«La principal preocupación de los prisioneros se resumía en esta pregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De no ser así, aquellos atroces y contínuos sufrimientos ¿para qué valdrían? Sin embargo, a mí personalmente me angustiaba otra pregunta: ¿Tienen algún sentido estos sufrimientos, estas muertes? Si carecieran de sentido, entonces tampoco lo tendría sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en salvarse o no, es decir, cuyo sentido dependiera del azar del sinnúmero de arbitrariedades que tejen la vida en un campo de concentración, no merecería la pena ser vivida«

¿Creemos que nuestra vida depende únicamente de lo que nos depare el destino, nuestro trabajo, las personas con las que interactuamos y en general, de las circunstancias que nos rodean? ¿O más bien hacemos que la vida se parezca a aquello que queremos en realidad?

(Citas extraídas de «El Hombre en busca de Sentido. Victor Frankl. Ed. Herder. Pag. 92)

Motivación Continua

En muchos de los proyectos o actividades que emprendemos, hay un factor común: el entusiasmo o motivación inicial, que hace que aquello que estamos comenzando se antoje atractivo, fácil y divertido. Sin embargo, a medida que la actividad o proyecto se van desarrollando y nos encontramos con obstáculos o nuestras expectativas iniciales no se cumplen, el ánimo va decayendo hasta incluso lograr que aquello que nos parecía tan interesante se convierta en una pesada carga de la que nos queremos deshacer cuanto antes.

El arte de motivarse es complejo. Se necesita mucha persistencia y entender cómo funcionamos para saber cuando y cómo es necesario recibir una inyección de energía e impulso para continuar y lograr lo que nos hemos propuesto. Sin embargo, la mayoría de nosotros sabemos como hacerlo, porque cuando alguien más necesita de una palabra de aliento o «un hombro sobre el cual llorar», sabemos que decir, que hacer y nos esforzamos por confortar a esta persona para que pueda continuar y/o sobreponerse a la situación que esté viviendo. El principal obstáculo es que no aplicamos esa sabiduría y conocimiento en nosotros mismos la mayoría de las veces.

En esencia, se nos ha enseñado o hemos aprendido a ser excesivamente duros con nosotros mismos: exageramos nuestros errores y poco reconocemos nuestros éxitos o logros. Lo que causa que cuando encontramos algún obstáculo o dificultad, nos demos por vencidos porque no recordamos que somos capaces y que hemos superado muchos retos iguales o mayores en el pasado.

El secreto para no perder el impulso y evitar el «auto-castigo» es recordar continuamente nuestras habilidades, capacidades y logros, de manera que nuestro cerebro se acostumbre y tenga presente esta información en todo momento, para que, cuando se encuentre con una situación que dispare los mecanismos de auto-compasión, derrota o insatisfacción, pueda responder con un estímulo positivo que nos permita seguir adelante.

¿Y cómo lo hacemos? El escuchar o leer frases motivadoras, que han de estar construidas y dichas en tiempo presente y enunciando una acción clara, le permiten a nuestro cuerpo asociar sentimientos y refuerzos positivos a nuestra propia persona. Si la voz que nos indica estas ideas es la nuestra, el efecto será mucho mayor. Al principio puede que nos suene extraño y hasta molesto escuchar nuestra propia voz una y otra vez diciendo cosas que tal vez nos generen rechazo o que al comienzo no creamos. No obstante, si persistimos en escucharlas, comenzaremos a notar que cada vez más nos identificamos con dichas ideas. Dicho de otro modo, es emplear el principio de la publicidad repetitiva para que el mensaje cale en lo más profundo de nuestra mente, con todos los efectos positivos que esto genera.

En Henkan podemos ayudarte a diseñar tus frases potenciadoras, creando posteriormente una grabación única y personalizada para que puedas mantener la motivación cada vez durante más tiempo. Consúltanos!