Simplifica

En estos tiempos del ruido, como solía decir un actor de teatro colombiano, la simplicidad va más allá de ser una opción más para convertirse en una necesidad e incluso en una forma de vida. Cuantas veces nos vemos enfrentados a miles de decisiones para tareas sencillas como operar un teléfono, ver la televisión o buscar información en la red? Muchos sistemas han sido diseñados pensando en la eficiencia desde el punto de vista de la máquina y olvidando al usuario, lo que produce grandes cantidades de «micro-frustraciones» a lo largo de cada día.

El tener que aprender cómo funcionan muchos artefactos añade un grado más de tensión a nuestra de por si compleja existencia. Si las relaciones humanas son dificultosas en su mayoría, imaginen tener que atosigar nuestra mente con cada vez más información y tareas por hacer.

El cerebro humano es excelente correlacionando información y realizando tareas creativas, pero su capacidad para memorizar o retener datos es más bien limitada, así muchos sostengan lo contrario. Por lo que, si tenemos esta característica en cuenta, podremos aprovechar su capacidad al máximo minimizando sus «limitaciones».

Sin embargo, si nos tomamos el tiempo para analizar lo que hacemos e ir eliminando aquellas actividades que no «agregan valor» a nuestra existencia, tendremos una perspectiva más amplia del uso del tiempo y sobre todo, de la consecución de nuestros propios objetivos, sin vernos ahogados en una gran cantidad de pequeñas tareas que consumen toda nuestra atención.

Una buena manera de gestionar las tareas que tenemos o queremos que realizar a diario es manteniendo una lista por escrito. No se necesita nada complejo: simplemente papel y lápiz. Aquí anotaremos todo lo que nos ocupará la jornada para evitar olvidos o desórdenes en la ejecución. Sin embargo, dentro de estas tareas, hay muchas que son importantes y otras que son secundarias o de rutina. Dentro del primer grupo, es útil escoger las tres principales que haremos antes de que termine el día. Con esto, el sentimiento de frustración disminuirá y tendremos una sensación de logro que reforzará el uso de este mecanismo de organización, además de sentir que hemos hecho algo «para nosotros» cada jornada, ya que en ocasiones casi todas nuestras actividades están dirigidas a satisfacer las necesidades de otros o a cumplir con obligaciones que hemos adquirido con terceros.

Por último, la lista tiene un uso «colateral» bastante interesante, porque nos permite hacer una retrospectiva en el tiempo de las tareas que hemos ido realizando en los últimos días, semanas o meses. El repasar las actividades a posteriori normalmente nos permite detectar aquellas cosas que podríamos eliminar, posponer o reducir, para tener más tiempo para aquello que realmente nos interesa (esas 3 cosas importantes en el día). Algunas ideas sobre qué puede ir en esta «lista privilegiada de máximo 3 items» pueden ser: escribir una página de una novela, estudiar una hora un nuevo idioma, hacer una hora de ejercicio, estar con la familia, pasar 30 minutos a solas, meditar…

La palabra prohibida

Por esta época en la que reina la confusión y la incertidumbre, muchas personas se han dado cuenta poco a poco que el estilo de vida que se venía llevando hasta ahora no proporcionaba satisfacción más allá del momento en el que complacíamos esos impulsos de consumo y desenfreno, para después retornar, de manera cada vez más veloz, a ese vacío perenne al que tanto se teme. Como consecuencia, hay cada vez mayor demanda de una perspectiva diferente y que no se base únicamente en lo material para encontrar alguna respuesta satisfactoria.

Sin embargo, cuando se menciona la palabra «espiritualidad» o «espíritu», los potentes rezagos de la educación judeo-cristiana que la mayoría de nosotros ha recibido, generan un rechazo casi automático, porque asociamos este término con «religión», «dogma» o «la ley del karma». Nada más lejos de la verdad. Si bien es cierto que esta expresión se ha asociado tradicionalmente con aquello incorpóreo perteneciente a una entidad superior, es importante tener en cuenta que va más allá de cualquier vínculo a un movimiento o corriente de pensamiento en particular y se refiere más bien a la capacidad que tenemos de conectar con toda la energía y la vida que nos rodea.

La espiritualidad necesita de «mantenimiento», porque es aquello que mantiene la coherencia necesaria para entender y sobre todo, sentir el pulso del mundo en el que vivimos. Así como alimentamos y aseamos nuestro cuerpo, es importante cuidar de nuestra espiritualidad a través del silencio, la meditación, el cultivo de aficiones que nos reconcilien con nosotros mismos y el entorno y sobre todo, mediante el contacto con otras personas que compartan los mismos intereses.

La espiritualidad no es una simple palabra: es la definición de nuestro enlace con el planeta y todo lo que en el habita. Es esa antena que nos permite percibir la vida y apreciar toda su extraordinaria complejidad y belleza.