La libertad y el miedo

Una de las situaciones más comunes con la que nos enfrentamos cada día es medir las «consecuencias» de nuestros actos, que generan un sinfín de preguntas como: «y que habría pasado si…» o «mejor no hago esto porque podría pasar…». Suena familiar? Lo es. Nuestra educación y la infoxicación a la que nos vemos sometidos y sometidas permanentemente han causado dos efectos muy importantes: el primero es que nuestra curiosidad natural ha disminuido hasta quedar casi reducida a cero, y el segundo que nos salimos continuamente de la línea del tiempo, saltando entre el pasado y el futuro sin poder permanecer en el presente.

El no tener curiosidad o el saber que está totalmente condicionada por el miedo, hace que nos volvamos desconfiados, irascibles y sobre todo, que nos aislemos para evitar un posible daño que en la mayoría de las ocasiones, nunca llega de la manera catastrófica que nuestra mente ha creado.

Para comprobarlo, me permito sugerir este ejercicio: cierra los ojos, respira profundamente y concéntrate en el problema o problemas que estás teniendo en este preciso instante…

¿Qué pasa? ¿Nada? ¿Te cuesta trabajo encontrar un problema que te ocupe o afecte de manera evidente en este preciso instante? Déjame adivinar: tus pensamientos se fueron a aquello que tienes que hacer en el futuro, o a aquella decisión del pasado que te persigue… ¿Raro? Para nada. Normalmente nuestra mente se agarra con fuerza a aquello que no hemos vivido o a recuerdos de un pasado estático, inamovible y sobre todo, sin posibilidad de cambio.

Esta pequeña reflexión nos muestra claramente que la práctica totalidad de nuestras decisiones están «contaminadas» por el miedo que entraña una situación potencial no identificada (el futuro) o una vivencia o experiencia sobre la cual no podemos influir (el pasado), factores que nos impiden ver el presente, que es lo único con que contamos y podemos manipular a nuestro antojo.

¿Qué pasaría si por un momento no tuviéramos ese condicionamiento y pudiésemos pensar, sin miedo alguno, en lo que queremos hacer? ¿Cómo sería la experiencia? ¿Más placentera? ¿Más excitante? ¿Más llevadera?. Al responder esta pregunta es importante no racionalizar demasiado, o lo que es lo mismo, no pensar, ya que la mente es como un cachorro hiperactivo siempre buscando llamar nuestra atención, y especializada en crear situaciones con resultados terribles para evitar que salgamos de nuestra zona de confort.

Si bien es cierto que una dosis saludable de sentido común nos protege de peligros evidentes (a nadie se le ocurriría cruzar una calle muy transitada con los ojos cerrados, sin hacer caso a sus otros sentidos), el exceso de «protección» no nos deja sentir lo que está ocurriendo a nuestro alrededor y nos impide vivir con plenitud y alegría, sentimientos estos que se derivan directamente de la curiosidad y el ansia de conocer y aprender de manera experiencial.

Si el miedo es quien gobierna nuestras acciones, de ninguna manera podríamos decir que somos libres realmente. La libertad es aquel estado en el que decidimos conscientemente y sin ser influenciados / as por el miedo o por situaciones ficticias del futuro o experiencias específicas del pasado, que nuestra mente ha clasificado arbitrariamente como «buenas» o «malas» para nosotros. De cada uno depende cómo quiere vivir…

Para terminar, un ejercicio adicional: cuando alguien nos sorprende dándonos un regalo, cual es el momento que más disfrutamos? El del pasado cuando no sabíamos que nos iban a regalar algo, el futuro, cuando sepamos qué es el regalo y después de superar la euforia inicial, lo dejamos a un lado, o ese instante fantástico de curiosidad infinita y desbocada cuando estamos abriendo el paquete?