Guía práctica para desinfoxicarse

Hace unas semanas hablamos de cómo adoptar una dieta baja en información, ya que dada la cantidad de información que a la que estamos expuestos cada día por diferentes canales (televisión, prensa, internet, correo electrónico, redes sociales, etc.), la fatiga y efectos secundarios negativos que esto causa en nosotros se van haciendo cada vez más notorios y sus consecuencias más graves.

Antes de compartir algunas ideas al respecto, es importante saber por qué querríamos disminuir la información a la que estamos expuestos, ya que si no tenemos una razón válida, el esfuerzo se diluirá con el tiempo y no habremos obtenido nada de nuestro nuevo «estilo de vida» y gestión de la información.

Analiza y responde las siguientes preguntas:

  • ¿Te sientes agotado/a física y mentalmente la mayor parte del tiempo, o con la sensación de no poder llegar a todo lo que quisieras?
  • ¿No disfrutas con lo que haces porque tu mente está en muchas ocasiones «en otro lugar»?
  • ¿Sientes que en casi todas las ocasiones te hace falta el «dato o información definitivos» para conseguir entender aquello que te ocupa?
  • ¿Has abandonado otras aficiones «offline» por estar conectados buscando información que muchas veces no sabes muy bien para qué necesitas?
  • ¿De verdad es absolutamente imprescindible saber, minuto a minuto, el más mínimo detalle de las actividades de tus amigos y conocidos? ¿O de contarles todo lo que haces o dejas de hacer?
  • ¿Te resulta necesario consultar el correo varias veces por hora para saber si te ha llegado algún mensaje «importante»?
  • ¿Necesitas en realidad entrar a todas y cada una de las redes sociales a las que estás inscrito/a para ver si tus contactos han puesto algo nuevo digno de verse?
  • ¿Es vital y crítico para tu vida como persona el estar enterado de todas y cada una de las noticias que los medios quieren poner a tu alcance?

Si la respuesta a más o más de estas preguntas es afirmativa, muy posiblemente indique que el grado de exposición a la infoxicación que tienes y que sus efectos sean tales que estén afectando tu vida normal.

¿Y qué podemos hacer, preguntan muchos, ya que no quiero «perder el contacto» o «aislarme del mundo»? La respuesta no es sencilla, y aquí me remito al primer punto: ¿Sabemos por qué y sobre todo, para qué queremos disminuir la cantidad de información que consumimos?

Es importante no olvidar que Internet es una poderosa herramienta para comunicarse y compartir recursos e ideas, pero también puede constituirse en la mayor de nuestras distracciones y alejarnos de nuestros verdaderos objetivos, sean cuales sean.

El proceso no es inmediato y requiere de constancia y disciplina, algo que en esta época de satisfacción inmediata y apetito voraz por la novedad resulta algo complejo. Sin embargo, puede conseguirse si tenemos en cuenta que podemos comenzar paso a paso e ir avanzando paulatinamente., hasta conseguir controlar conscientemente y a voluntad el volumen de información que consumimos.

¿Por donde empezar? Lo primero es identificar las fuentes de información que consultamos más y determinar si son realmente importantes para nuestra labor profesional o personal. Podemos establecer una escala de 1 a 3, siendo 1 lo «imprescindible», 2 necesario y 3 lo «accesorio». Podemos eliminar o reducir las visitas o el consumo a los recursos clasificados como 3 durante al menos 28 días. Con esto podremos determinar si realmente necesitamos incluirlos en nuestras rutinas habituales o no.

Cuando hayamos eliminado la primera capa, procedemos con la segunda y así sucesivamente hasta reducir los recursos a una lista que no contenga más de 10. Es importante tener cuidado con los sitios de noticias e información general acerca de un tópico en concreto, ya que al ser actualizados constantemente, la tentación de visitarlos a ver si «hay algo nuevo» impedirá que podamos analizar con claridad si la información que obtenemos es imprescindible para nosotros o si simplemente estamos satisfaciendo la necesidad de «gratificación inmediata».

Para prevenir que haya «recaídas», podemos establecer periodos de acceso a la red a ciertas horas del día o por el contrario, limitar el mismo con el uso de un «limitador» o simplemente desconectándonos de la red (apagando el wireless o desenchufando el router). La sensación al principio será incómoda, porque el hábito de consultar el correo, la mensajería instantánea, los feeds o las páginas que nos «interesan» (nótense las comillas) se hará presente. Sin embargo, con el tiempo irá disminuyendo poco a poco hasta desaparecer por completo.

Por otra parte, el «salir al mundo», esto es, dedicar tiempo a caminar durante al menos 30 minutos al día, interactuar con otras personas en vivo y en directo, realizar actividades que no requieran el uso de tecnología (leer sin pantallas, los juegos de mesa, escuchar música, tocar algún instrumento musical, cocinar, bailar, meditar, etc.), nos permitirán concentrar la mente y la atención en otros lugares, haciendo que se creen nuevas redes neuronales y que aquellas que nos llevan a los viejos hábitos comiencen a perder fuerza y consistencia por falta de uso.

Es importante aclarar que cada persona es diferente y que puede que algunas de estas sugerencias no sean tan efectivas en determinadas circunstancias. Sin embargo, el poder adaptarlas a nuestra realidad particular es un esfuerzo que vale la pena, porque los resultados serán positivos y enriquecedores.

¿Alguna otra sugerencia para combatir la avalancha de información? Déjanos tu opinión en los comentarios!

El Poder de la Sonrisa

El post de hoy es cortesía de Alberto Mateos, un buen amigo y colaborador. En el, Ron Gutman nos habla de manera clara y amena sobre el gran poder que tiene la sonrisa, así sea falsa, y todos los beneficios físicos y mentales que nos aporta. Así que, a sonreír!

El Ganar – Ganar y su verdadera aplicación

Nuestro post de hoy está a cargo de Ibor Rodriguez, un CIO y blogger que investiga cómo mejorar la productividad y su propia vida a través de distintas y variadas técnicas, y que nos hablará sobre el principio del ganar-ganar, o de la cooperación en lugar de la competición. Le cedemos la palabra:

Supongo que para todos aquellos que hayan leído a Stephen R. Covey, y sus «7 hábitos de las personas altamente efectivas», ya sabrán de lo que estoy hablando. Del cuarto principio, el de Ganar Ganar.

Consiste en que ante una negociación cliente-proveedor (podríamos trasladarlo a casi cualquier ámbito: marido-mujer, padre-hijo, jefe-subordinado, amigo-amigo,….) o relación, ambas personas pueden ganar, y no tiene que ganar uno y perder otro, o , como sucede en algunos casos, perder ambos.

Personalmente comparto con Covey la convicción de que Ganar-Ganar debe de ser la opción cuando dos partes (o empresas) tienen alguna negociación o trabajan juntas en un proyecto, pero últimamente estoy viendo a sujetos que, haciendo un uso incorrecto de este principio, intentan convencer al prójimo de que su producto es el mejor, o de que si vamos juntos en un proyecto concreto, ambos saldremos ganando, cuando el que gana casi siempre, es él.

Pongamos un ejemplo: un Proveedor viene a venderte un producto (una taza de plástico), y te dice «date cuenta de que si me compras esta taza, sales ganando. Ganas tu porque te llevas un buen producto y podrás beber el agua mucho mejor, salgo ganando yo porque ganaré dinero, y gana a la vez el fabricante al cual se lo he comprado». Esto, NO es ganar-ganar…. es un argumento más de vendedor para ganar él. No salen beneficiados ni el fabricante ni nosotros, el cliente.

Lo más importante en el principio de ganar-ganar, es que sea de corazón, que salga desde dentro, no que sea un enfoque oportunista para convencer al cliente/proveedor. Se debe de tener claro que en este mundo, hay pastel para todos, siempre y cuando no seamos codiciosos en extremo.

El que lo logremos, no se consigue de un día para otro, pero si comenzamos por creer en ello, aunque sea un poquito, y cada día aportamos más, y más, conseguiremos al final que sea algo totalmente interiorizado, y nos daremos cuenta de que el principio ganar-ganar, es una de las cosas más acertadas de nuestra vida.

Descansa

Uno de los pilares básicos de nuestro enfoque es entrenar a las personas que deciden trabajar con nosotros, para que recuperen su tono vital, lo cual pasa por nutrir correctamente el cuerpo, eliminar los desechos que no se necesitan de manera eficaz, y como no, recordar cómo descansar de manera profunda y reparadora.

¿Por qué es tan importante el descanso? Podríamos estar hablando horas y horas de las consecuencias a nivel fisiológico de una persona que no puede dormir bien, o que si lo hace, no alcanza la «profundidad» necesaria para que su cuerpo efectúe tareas de regeneración y limpieza y para que las experiencias acumuladas durante el día a nivel emocional sean correctamente procesadas, asimiladas y clasificadas.

Sin embargo, la importancia del descanso va más allá del simple hecho de dormir. El descansar es sinónimo de parar, de cambiar de actividad, de saber cuando aminorar la marcha para recargar y reponer la energía que hemos invertido, cuando es necesario. El arte del descanso no se limita a recuperar fuerzas, sino que requiere de un profundo auto-conocimiento para saber cuando es necesario darnos un respiro. Así como estamos pendientes del indicador de la batería del móvil o cualquier dispositivo que usemos regularmente, para evitar que deje de funcionar cuando lo necesitamos, el cuerpo y la mente también nos «notifican» de la necesidad de «conectarnos» para obtener la energía que necesitan para continuar operando en las mejores condiciones.

Lo malo es que pocas veces prestamos atención a estas «llamadas de atención». La sociedad actual aboga por la productividad: cada vez más rápido y mejor, hacer más cosas en menos tiempo, lograr objetivos y metas sin descanso, conseguir más, lograr más, sin dejarnos siquiera respirar. Por las noches estamos exhaustos/as y ni siquiera podemos razonar con claridad para garantizar un descanso medianamente provechoso.

¿Cuando fue la última vez que decidiste dormir una siesta porque estabas cansado/a? ¿Y la última en que decidiste que no harías más porque el cuerpo te pedía parar? ¿Cuando disfrutaste por completo del placer de no hacer nada, y sentiste la satisfacción, tanto física como mental, de percibir como la energía y el ánimo volvían a ti gradualmente?

El descanso requiere de compromiso y esfuerzo personal. Y no ese esfuerzo que cansa o que es una «obligación», sino más bien el poder realizar un ejercicio de coherencia para escuchar a nuestro cuerpo y a nuestra mente y aprender a funcionar con nuestros propios ritmos, esos que nadie más conoce y que rara vez se adaptan a las exigencias cada vez mayores de la frenética sociedad en la que vivimos, y que solemos sacrificar para poder «encajar».

Puede que no necesitemos dormir toda la noche o que trabajemos en horas intempestivas. Es cuestión de escucharnos, conocernos y sobre todo, hacernos caso para vivir mejor. Haz la prueba. Seguro que te sorprendes de los resultados…